La mañana había caído despejada sobre Lima, y para amenizarla aun mejor, el sol había salido flagrante, brillante e impetuoso, lo cual terminó por completar la rareza e impredecibilidad del clima. Adriana como usualmente lo hacía, se había levantado temprano para ir al trabajo, pero esta vez el sol le había empañado los ojos, y al abrirlos se dio de cara con las reminiscencias de la luz sobre sus ojos grises. Ella en lo particular no disfrutaba del sol brillante, aun menos en días de trabajo; porque mientras pasaran las horas del día, el traje la haría sudar inusualmente, además por otro lado de que el maquillaje se desvanecería con mayor rapidez, y tendría que ir a retocarse dos veces más al tocador, lo cual le causaba molestia ya que iba en contra de su preciada rutina controlada. Se vistió con menuda rapidez y dejo postergado el desayuno, ya que el tiempo se le iba. Tomó su bolso, guardó sus informes y su sobre de maquillaje junto a sus llaves, pero se olvidó de echar al bolso las invitaciones del compromiso, que les entregaría a las amigas del trabajo, y para completar, el celular también.
Faltaban tan solo semana y media para la fiesta de compromiso que estaba organizando su madre en la casa de sus suegros, todas los preparativos se habían ido ampliando con las expectativas de los padres de Adriana y Marlon. No era para menos, sus dos hijos únicos y adorados se acababan de comprometer, y a pesar de que no llevaron una larga relación de enamorados, cada uno encajaba como anillo al dedo dentro de las expectativas de la familia del otro. “Que si Adrianita es esbelta y culta, que si Marlon es guapo y un prospero ejecutivo”; y toda una recatafila de adornos que intercambiaban entre ellos para adularse, sin duda las familias de ellos dos, pareciesen ser los más enamorados de la relación.
Adriana subió al coche, posó su bolso en el asiento de a lado y arrancó el carro; la hora ya había dejado de importarle, por alguna razón había amanecido con desgano y ya no sentía el temor de llegar cinco minutos tarde a la oficina, aunque eso no fuese en realidad ninguna falta, además de que su jefe llegaba usualmente una hora después que ella; pero así era ella, la mayoría de veces trataba de cumplir las órdenes a cabalidad, era casi una obsesión compulsiva para ella llegar temprano a cualquier cita o reunión, pero esta vez la hora la estaba dejando pasar desapercibida, pues su mente andaba volando en otros temas, en temas que en general ella trataba de evitar en días de trabajo: sus sentimientos, y sobre todo sobre su compromiso con Marlon.
Era acaso adecuado casarse a sus 27 años?, y más que ese detalle, realmente era el hombre idóneo para pasar el resto de su vida?, ella iba divagando mientras conducía por la Javier Prado, en ese preciso instante se detuvo por la luz roja y se percató de un niño curiosamente, este niño de aproximadamente siete años jugaba sin menor preocupación del peligro en la avenida, iba llevando de tres en tres tapitas amarillas (probablemente de alguna gaseosa o bebida) hacia la pista y las posaba sobre el piso en orden lineal y paralelo a los carros que se encontraban ahí detenidos frente a él. Adriana pensó primero que el niño se acercaría a pedir limosna por el aspecto humilde y descuidado que lucía, mas no fue así; el niño tan solo estaba jugando a poner tapitas en la pista para que fuesen embestidas por los coches y suenen, y rueden, dejándole al niño una sensación de aventura y osadía al tener que irlas a buscar nuevamente para repetir la operación del juego cíclicamente. Adriana se quedó fijada de esta escena, y despertó con las bocinas de los coches cuando la luz hubo cambiado y ella aun no había avanzado. Arrancó el coche y se concentró nuevamente en el trabajo que tenía pendiente en el día.
Mientras tanto en su departamento sonaba su celular una y otra vez, en la pantallita se vislumbraba: “Lorena”.
Casi alrededor de las siete de la noche Adriana retornaba de su trabajo, exhausta e inquieta por revisar su celular, pues sabía que su mamá la habría llamado durante toda la mañana para arreglar los detalles de la fiesta de compromiso. Llegó, guardó el coche en el garaje y fue a buscar el celular. Lo encontró encima de su cama y revisó con paciencia cada una de las llamadas, incluyendo los mensajes de texto, cuando se fijó las casi quince llamadas perdidas de su madre, le devolvió la llamada inmediatamente.
- Alo mama, recién llego del trabajo
- Adri, hija te estuve llamando durante todo el día, que pasó?
- Mama disculpa, es que dejé el celular en el depa y me di cuenta recién en la oficina.
- Hay hija, tienes que ser más cuidadosa, bueno no te preocupes ya solucioné lo del buffet, va ser sencillo pero muy elegante y delicioso.
- Hay mama, como siempre tú, estás en todo, gracias.
- Bueno hija te dejo tengo que cocinar para tu viejo.
- Ok mama, te dejo, saludos a mi papa.
- Ok, Adri, cuídate.
Luego de despedir a su mama, revisó nuevamente las llamadas inexplicables de Lorena, una de sus más intimas amigas de la infancia y de toda la vida. Tenía más de veinte llamadas perdidas de ella, incluyendo un mensaje de voz, que Adriana se dispuso a revisar inmediatamente.
Mensaje de voz:
- Amigaaaaaaaa, te estoy llamando como loca, seguro que has olvidado el celular, que paso? Tu nunca olvidas el celular… bueno bueno al caso, te tengo que contar el chisme mas novito de toda tu vida, realmente no sé si me lo vas a agradecer o me vas a querer matar, diciéndome que no debí contarte, pero igual te lo voy a decir. A que no sabes a quien vi esta mañana, saliendo de la galería Lucia de la Puente, te vas a morir amiga…vi a Luciano, si amiga, no te desmayes cuando escuches este mensaje de voz, vi a Luciano en vivo y en directo con estos ojitos de loca que no embaucan, está casi igual, excepto que ahora luce un poco más claro que antes, ha de haber sido el clima europeo, tu sabes…me acerqué y le hice el habla, me contó que ha venido a Lima y esta vez para quedarse permanentemente, que necesitaba despejarse de un par de “cosas”, me preguntó por ti por supuesto y le conté que estabas bien y que acababas de comprometerte, lo tomó calmo creo, pero no dijo nada mas al respecto; luego de eso, se fue, pero antes me dijo que te mandaba saludos y que pasaras alguna vez a saludarlo a la galería, ya que estaba exponiendo sus últimas pinturas y casi siempre iba a conversar con unos amigos en la cafetería de ahí, eso es todo amiga, cualquier cosa me llamas.
Cuando Adriana culminó de escuchar el mensaje de Lorena, su expresión se había tornado sorprendida, sus ojos eran de pasmo y se cubría la boca con las manos en forma triangular. Como era posible que Luciano estuviese de nuevo en Lima?, que hasta le hubiese dejado el recado de que “pasara a saludar a la galería”?, sin duda todo era una gran sorpresa, pero tal y como acostumbraba trató de olvidar el tema incómodo y se echó a dormir. Por supuesto no pudo dormir tan rápidamente pues aun circulaba por su mente los últimos recuerdos que guardaba de Luciano.
Marlon, se encontraba de viaje por trabajo, y su sitio en la cama lo ocupaba ahora una muy grande almohada azul que Adriana colocó para imaginar que dormía abrazada de él, como se había hecho habitual. Se acurrucó sobre la almohada incluyendo sus piernas en tal disposición con su cuerpo y la idea de tener a su pronto esposo, a lado, la tranquilizó. Se imaginaba a Marlon echado con su pijama azul, con su semblante adusto mientras dormía, imaginaba que peinaba sus cabellos claros entre sus dedos, y que él al abrir sus ojos, le sonreía con complacencia y ternura, para luego abrazarla y acercarla contra su torso firme. Marlon era más alto que Adriana, en realidad el cuerpo de Adriana se perdía en el cuerpo de su novio, ya que su menuda estatura solo alcanzaba hasta poco antes de los hombros de él, y de alguna manera esto la hacía sentirse segura cuando estaba con él. Como muchos de los hombres a los que se había sentido atraída, Marlon también era de tez clara y su cabello era tan claro, incluso más que el de Adriana; además de sus ojos verdes que combinaban con las pupilas grises de Adriana. Eran una pareja bella para la foto, combinaban en casi todo, hasta en su modo de vestir, que aunque nunca lo acordaran juntos, sus ropas tendían a combinar, ya que además por otra parte los dos gustaban de usar ropas de colores enteros, y eso hacía que casi siempre combinasen en cuestión de vestido en las reuniones de alcurnia a las que asistían.
Al otro lado de la ciudad, en su departamento, recién amoblado y estrenado, estaba despierto Luciano, metido en el cuarto de pintura que se había ambientado desde que llegó, razón por la cual compró en realidad el departamento. Sus maletas aun estaban sin desempacar esparcidas en el piso de la sala, aun había dos cajas personales que no se había dignado abrir y los había puesto a lado del armario de la habitación de pintura, uno sobre otro, como arrinconándolos para evitar tener que abrirlos con prontitud. Se había servido una copa de vino blanco y estaba regado en el sillón verde que daba con la ventana amplia de la habitación, desde ahí se podía divisar las casas en su mayoría de solo primer piso y las pocas luces que se entretejían a la madrugada. Tenía la botella en la mano y la mirada perdida en un punto imaginario. Porque había regresado a Lima? Se decía a sí mismo, por que no se fue a pasar unos meses a Toscana? y luego hubiese regresado a Londres para seguir con su vida, luego del rompimiento con Alice. No¡¡, se respondió el mismo, todo Londres le recordaba a ella, todas las galerías tenían su aroma, todas las calles tenían el sonido de sus chistes, y su departamento en el quinto piso de la Rue Blanque estaba plagado de objetos y marcas de ella. Y hasta la habitación de pintura tenía sus huellas por todas partes, en los cajones estaban regadas muchas de las fotografías de los trabajos de Alice, y en uno de sus caballetes estaban sus iníciales “ARPS”. Como podría yo haber seguido viviendo allí?, pero tal vez hubiese podido hablar con Paul para que me consiga un nueva pieza donde vivir –seguía hilvanando posibles soluciones pasadas que ya no podría poner en práctica-, pero eso me hubiese tomado más tiempo y más dinero del que disponía. Me hubiese ido a Toscana donde Fred y Tia, pero su presencia me hubiese recordado aun más a ella, pues como amigos que son inevitablemente me preguntarían por ella en algún momento, y si no lo hiciesen yo sentiría sus dudas acechantes en sus silencios y miradas cómplices mientras yo agachase la mirada al comer, sin duda todo eso sería incomodo para un exilio. Me siento extraño, me siento vacío sin ti Alice –repetía al aire con rudeza y enojo- por qué, por qué mierda se terminó¡¡¡¡¡. Agitado ya sin ganas y con las lágrimas cubriendo su rostro, se fue a dormir a su cuarto.
Al día siguiente Adriana se despertó a las seis de la mañana como de costumbre, y esta vez sí se dispuso a preparar el desayuno ya que era fin de semana y tenía todo el día libre, ya que su madre se había encargada de todo lo de la fiesta, además de tener la excusa de que tenía que ir a una reunión con sus jefes que luego se cancelo, dejándole libre el día. Prendió el televisor en las noticias y no le entretuvo ningún crimen nuevo que tanto gustan ventilar en los canales televisivos, puso un canal de música y le subió el volumen para seguir haciendo sus quehaceres domésticos. Tenía las pantuflas puestas y se deslizaba con facilidad sobre el parquet del departamento, y podía deslizarse como patinando, aprovechando que Marlon no estaba en casa y no tuviese que decirle cuan infantil se veía usando esas pantuflas rosadas y como se comportaba cada vez que se los ponía, y mientras pensaba en su novio, sonó el teléfono.
- Alo?
- Buenos diaaaaaaass, mi amor
- Hola, cariño; que sorpresa, imaginé que estarías trabajando.
- Bueno si, pero acabamos de salir de la reunión y nos estamos yendo a almorzar para cerrar el contrato.
- Ah que bueno mi vida, me alegro de saber eso
- Mi amor, estas bien?
- Claro, si, que por qué?
- Porque suenas un poco con desgano, y además la música está alta, ¿Qué, estás haciendo una reunión sin mí?
- Como crees bonito, sino que quería levantarme el ánimo con la música y la puse alta, espérame que la bajo.
- Ok
Adriana corrió a apagar el equipo de la sala y luego destapó con la mano el auricular para seguir hablando con su novio.
- Mi amor, me tengo que ir al almuerzo, en la noche te llamó ok, a las siete te llamaré, por favor no salgas, no me gustaría llamar y que nadie conteste, como la anterior vez.
- Está bien mi amor, esperare tu llamada, cuídate.
- Adiós mi vida.
Marlon colgó y presintió que algo le sucedía a Adriana, de todas las veces que había viajado a Noruega, esta era la primera vez que su novia le contestaba con tal desgano, antes ella siempre le preguntaba por todos los detalles de su día y le decía con mimos cuanto lo extrañaba, Marlon supuso que fuese tal vez por la fiesta de compromiso, pues ella no estaba de acuerdo que se hiciese con mucha pompa, además que le había hecho saber que su respuesta era un “si” indeciso, pero sabía muy en el fondo que si Adriana le había dado un sí, cumpliría con su palabra, pues ella no fallaba ni a la mas mínima promesa, menos lo haría en la del compromiso último de una relación. Él era un hombre práctico y ponía en práctica esta misma estrategia en su relación con Adriana, incluso cuando tenían peleas; y otras veces cuando tenía que hacerle algún presente por alguna ocasión especial. Cuando discutían, él callaba y la escuchaba, luego cuando ella se cansaba de quejarse le hacía ver cuán infantil y poco maduras estaban sonando sus peticiones, le lanzaba una mirada acusadora y se retiraba del lugar diciéndole que la llamaría al día siguiente, o simplemente caía exacto justo un viaje de trabajo oportuno y la dejaba sin menor aviso, luego la llamaba desde el aeropuerto diciéndole cuanto la quería y que cuando volviese esperaba que ya se le haya pasado todo el enojo, como si se tratara de una advertencia o un requinte de un padre frente al berrinche de su hijo. Adriana en sí misma no le tomaba importancia, bastaba con haberse quejado, y los días de ausencia de Marlon en el departamento, la hacían recapacitar y extrañarlo, sin duda Marlon conocía a la perfección a Adriana y sus explosiones de furia. Él era un hombre íntegro en su trabajo, cumplía siempre lo mejor que podía, dedicaba 100% a su trabajo, era educado, caballero pero casi siempre serio y de pocas amistades; le disgustaban las fiestas informales pues no sabía de que conversar en tales eventos, prefería asistir a un evento formal en traje y acompañado siempre de Adriana del brazo. Así mismo en dichas reuniones o fiestas formales a las que asistían, ellos no se despegaban, salvo algunos momentos cuando Marlon tenía que ir a conversar de negocios con alguno de los ejecutivos. Adriana disfrutaba solo a medias de esta clase de eventos, pues todo cuanto se dijese en las mesas o coloquios, no tenían mucho de certidumbre, excepto por algún señor de edad que siempre atinaba a encontrar, que le conversaba con sabiduría de los avatares de la vida y que todo eso se iría desvaneciendo con el tiempo, y que al final cuando tuviese edad indecible tan solo importarían las pequeñeces del día a día, Adriana sonreía y envidiaba la sabiduría y alegría plena que pareciesen tener estas personas, pero a la vez se sentía inmadura durante estas conversaciones, pues ella vivía tan preocupada de los formalismos, de los pendientes tan ínfimos pero que tenia más que ver con el trabajo, que sentía que dejaba poco espacio para dejarse ser ella misma. Marlon siempre puntual para las reuniones dejó de pensar en esas suposiciones sobre el malestar de Adriana, ya se le pasará, pensó; y se reunió con los demás ejecutivos para ir a almorzar.
Adriana en Lima se encontraba inquieta, con ganas de tomar el coche y pasar a dar una vuelta por la galería Lucia de la Puente, y verlo de una vez, al menos ir a ver su exhibición y entablar una conversación con él, recordarle a su vida que ya todo andaba bien ahora, que el tiempo y la distancia tal vez si habían servido de algo, y que todo cuanto había quedado inconcluso entre ellos, no era más que una anécdota, pues sus vidas ya habían tomado otro rumbo y ya nada quedaba de las personas que eran hacía ocho años. Pero se dio cuenta en eso, que probablemente ella lo recordaba más que él, ya que él fue quien la dejó, quien sin decir mucho desapareció, para luego terminar ella enterándose meses más tarde que Luciano estaba viviendo con una española en Londres. La información le tocó como un bloque de hielo sobre su cuerpo, se hundió en la más honda depresión, y ese año de la universidad casi jala dos cursos, mas por inasistencias que por notas, ya que ella jamás sacaba notas bajas si es que asistía fielmente; todas sus amigas se preocuparon por ella, la llamaban a menudo para saber cómo se encontraba, y le daban ánimos para que se repusiese y continuase con su vida, al menos un poco más estable. Pero eso no fue suficiente, ella no supo cómo manejar sus circunstancias y su mundo se le vino abajo como una torre de naipes mal construido para el juego. Desde ese suceso, muchos de los detalles de su vida tomaron un giro de 180° grados y se prometió a sí misma no volver a caer en una relación abierta de ese tipo y que no se acercaría más a una persona vinculada al arte, aunque ella amase el arte, pues todo lo que tuviese que ver con el arte desde ese momento le hacía recordar a Luciano y sus cuadros, su mundo y sus ideas, sus mimos y sus indiferencias constantes. Se volvió más disciplinada, más estable en su vida emocional, pero todo funcionaba bien, mientras estuviese dentro de los marcos y los limites que ella conocía, pues si algo se escapaba de su encuadre, nada funcionaba para Adriana y no tenia respuesta improvisada para tales circunstancias. Era sin duda, una desventaja, pero que para su suerte solo se presentaba en su vida sentimental, mas no en su vida laboral.
Se miró a sí misma en uno de los espejos del comedor, llevaba su cabello ondeado y suelto, y vestía unos pantalones blancos con una blusa verde oscura y las pantuflas rosadas; notó ella misma que brillaban sus pupilas y sin pensarlo tanto, se puso unos zapatos de tacón, tomó las llaves del departamento y bajó a buscar el coche, se subió y se dirigió a la galería. En el trayecto que duró aproximadamente media hora, iba pensando que le diría a Luciano, que quisiese saber de él.
Pensará seguramente que me muero por verlo, se dará cuenta?, fue ayer que vio a Lorena y hoy ya estoy yendo a verlo, que patético, pero si no voy, la duda me va a dar más vueltas esta semana. Tengo que ser realista, ha pasado demasiado tiempo, ¿Quién será él ahora?, definitivamente me tengo que ganar su amistad nuevamente, ya que el tiempo ya pasó, y también me gustaría volver a regodearme del arte desde sus ojos, ah seguramente ya dejó a la españolita esa, o ¿tal vez no?, quien sabe, ¿habrá venido solo?, ¿se hospedará donde siempre?, ¿tendrá el cabello largo o corto?, ¿que clase de recuerdos le traeré?, ¿por qué me siento así,? si tan solo ayer ni siquiera lo recordaba.
Llegó a la galería, y aseguró el coche antes de ingresar al lugar, estaba nerviosa y miraba hacia todos los lados, presintiendo que él estaba en ese sitio, y que los ocho años que había pasado le hacían pesar los pies, como si quisiesen detenerla y convencerla del absurdo que era emocionarse por este encuentro. Se fijó en la cafetería antes de ingresar a la sala de pinturas, y ahí se encontraba él, Luciano, plácidamente sentado en la silla de la cafetería leyendo un libro gris. Tenía los ojos bien fijados en las páginas y pareciese que no estuviese ahí, que no combinase con el escenario; vestía un jean oscuro y un polo blanco de cuello V, encima llevaba un blazer oscuro y lucia radiante ante los ojos de Adriana, pues nunca lo había visto usar prendas tan elegantes, excepto por el pantalón, que terminó por convencer que en realidad era Luciano el que estaba ante sus ojos, ya que ese jean se los conocía y aun no podía creer que siguiese usándolos. Lorena no se había equivocado al decir que ahora tenía la tez más clara, su cabello ahora estaba más corto y lucia más prolijo que en el pasado, llevaba unos lentes sin montura y sus ojos negros lucían cansados.
En eso, mientras Adriana escudriñaba los detalles de su figura, mientras se percataba que había bajado de peso (por la depresión post-rompimiento con Alice), Luciano levantó la mirada y se percató de la presencia de Adriana. Se quedó mirándola sin hacer ningún gesto de asombro o de alegría, tan solo mirándola como si siguiese concentrado en las páginas del libro, casi con la misma expresión se levantó de la mesa y dibujó una sonrisa en su rostro mientras se iba acercando a ella. Adriana sonrió complaciente, todo su nerviosismo se estaba volcando en esa sonrisa, en esa expresión de nostalgia que la lleno de alegría, que hasta quiso llorar, pero no lo hizo.
- Adriiii, que sorpresa tan grata de verte pantuflitas.
- Holaaa Luciano, cuando no tu con ese apodo.
- Claro, como no me voy a acordar de tus eternas pantuflas rosadas, es lo más lindo que recuerdo de ti.
- Ah que si?, a osea solo mis pantuflas, nada que mis ojos, mis chistes, mi ironía, nada, nada, solo mis pantuflas.
- Jaja cuando no tu, tan quejona, no has cambiado.
- Tú si te ves muy diferente ah, te ves todo chic con esa ropa.
- Ah sí?, ¿te parece?, yo pensé que lucía desubicado pantuflitas.
- Ya, deja de decirme así que me incomoda.
- Hay ya pantuflitas no me molestes y ven para acá que te invito un café calientito, mira que está haciendo mucho friyoo aquí afuera –y la abrazó por sobre los hombros para llevarla hacia su mesa-
- Vine porque Lorena me contó que te vio ayer por aquí, y recibí tus saludos.
- Ah sí, claro la vi a Lorena toda apurada y le pasé la voz y conversamos un rato.
- Si pues, apenas supe que estabas por aquí, quise venir a ver tus pinturas.
- Ah mis pinturas, no a mí, ni mi nuevo look, ni mis chistes, ni mis ojos, sino mis pinturas, ayaa.
- Jaja no me robes la expresión pues.
- Ah ves, estamos parches pantuflitas.
- Bueno y cuéntame, estas de visita o te vas a quedar permanente
- Bueno, como le contaba a Lorena, me vine para quedarme ya fijo, siento que necesitaba de nuevo de Lima, siempre mi mejor inspiración fueron las calles de Lima y los parques que están por tu casa, jaja.
- Jaja oh..como olvidar las veces que te quedabas misma estatua observando a la gente pasar por el parque ese, donde vivía antes.
- Ah que, ya no vives por ahí?
- No, ya hace más de cinco años.
- Ah que si?, y ahora vives con tu novio entonces?
- Claro si, ahora vivo con Marlon en un departamento por Surco.
- Ah, ya veo pantuflitas, claro ahora eres pituca pues, disculpa…y de verdad que te casas?
- Sí, me caso, no sé cuando, pero si.
- Lo dices con unas ganaaaaaas pantuflitas.
- Jaja y dale tu, como siempre atinándole a la llaga.
- Cual llaga?, que te has caído?
- Nooo, obvio que no, lo digo porque no estoy segura de mi compromiso en realidad.
- Ahh, pero eso es fácil de resolver pues, lo llamas a tu novio y le dices misma chibola: sabes que “por favor, necesito un tiempo indefinido para encontrarme a mí misma”.
- Jajajajajaj, mas falsa sonaría, ya dejemos de hablar de eso, ¿Cómo has estado tu?
- Bueno pantuflitas, yo bien y mal, por qué crees que vine a Lima?
- Jaja, ah ¿Regresaste porque algo malo te pasó?, ¿algo así?
- No quisiera yo tampoco hablar de eso.
- Ah no se vale pues, como vamos a tener una conversación espontanea, si ninguno quiere contar nada.
- Ah no te quejes pantuflitas, que tu empezaste ese jueguito.
- Jaja ok, ok, entonces seamos abiertos y contémonos todo sin tapujos.
Eran las diez de la mañana de un sábado y todo cuanto conversaron comenzó por los costados, por los detalles de sus trabajos actuales, por los nuevos amigos que habían conocido, por los enamorados que habían tenido y todos los melodramas que se habían perdido en los ocho años de no saber el uno del otro. Adriana no le preguntó por los mails que le escribió y Luciano nunca respondió, tenía miedo de que al empezar por indagar por ese costado, él le daría una respuesta filuda que terminaría cortando la conversación. Se contaron muchos detalles y obviaron muchos sentimientos que tuviesen que ver con ellos dos, mas por lo demás se fueron contando casi todo… (Continuará).