Se busca AuTor

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A Jorge y Samuel

Hace una semana fue inaugurada la muestra “Se busca AuTor” en la Galería J. E. Eielson, que tiene como curador al crítico Guillermo Quezada, quien nos ha hecho una pregunta interesante, sin hacerla. ¿Puede realmente ser anónima una obra en el circuito artístico de hoy en día? Quezada para hacernos más anecdótico el recorrido nos ha concedido unas escasas tres líneas, donde nos dice que esta muestra ha sido elaborada por “artificistas”, nos aclara que esta colectiva fue elegida al azar entre muchas; la decisión fue a voto interno entre todos los participantes –del que no se sabe el número- para elegir, según un hilo conductor desconocido. En la última línea de esta especie de pista policial que nos deja Quezada, ha escrito que son artistas, críticos de arte y aficionados los que han participado en esta especie de boicot al monopolio artístico. Los cuadros no están en venta y el anonimato de los artistas es total.

Haciendo un ejercicio intertextual de la memoria; en 1982, el poeta José Emilio Pacheco cometió un disparate, responder en verso a un estudiante norteamericano que le había enviado alrededor de cien preguntas, éste es un extracto que nos revela de modo análogo, el tono de esta muestra.

No sé por qué escribimos, querido George,
y a veces me pregunto por qué más tarde
publicamos lo escrito.
Es decir, lanzamos
una botella al mar que está repleto
de basura y botellas con mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la arrojarán las mareas.
Lo más probable
es que sucumba en la tempestad y el abismo,
en la arena del fondo que es la muerte.

“Una defensa del anonimato
Carta a George B. Moore”
 
Esta singular exposición ha refrescado el circuito esta semana. No hay realmente un correlato lineal o conceptual aparente, y es que acaso ¿El arte tiene límites o temas a los que obedecer? En esa misma línea, en el Perú, no hay realmente una historia de las artes plásticas que haya interrogado directamente el hecho del autor. Además, ya algunos críticos han señalado a raíz de la muestra, que tenemos que admitir, en general, que la crítica tiene como finalidad la creación de discursos que lleven a la posibilidad de formular preguntas. Quezada se ha burlado de nosotros han dicho algunos, aunque otros han reconocido en esta rebeldía –auspiciada por Jean Yabroff- el valor de actualizar el ejercicio de la libertad y el anonimato en el arte. Por otro lado ha removido los desfasados usos de la crítica peruana, y lo ha reconocido el mismo Berenstein en su blog de crítica, y ha dicho de modo categórico que “la crítica no puede ser una situación cerrada, tiene que ser esencialmente un discurso abierto”.

Otra consideración a resaltar, es el hecho de que una obra, siempre está mediada por la recepción de la misma; el juego de impresiones entre artista y espectador –mediada también por la crítica– son parte también de la obra. Y es justamente este proceso, el que ha sido desnudado esta semana. Hay pocas precisiones que me parecen importantes de puntualizar con respecto a la configuración de la muestra. Tiene muchas lecturas -como habrían querido los artistas- y hasta la anulación de todas ellas; así que solo quisiera presentarles esta vez y para estar a tono, una sola impresión, la mía; que es tan válida como la de cualquiera de ustedes.

La impresión que tengo es que, por lo general, un recorrido está premeditado por el curador y los artistas, y ésta fue la primera vez que me sentí perdido. Los cuadros están dispersos en aparadores para cada uno, las paredes no son más las espaldas de las obras. Pero todo este caos, tiene una limitación muy saludable: el azar aparente. En nuestro medio, esto no tiene precedentes; muchas veces se ha experimentado con la obra misma, pero no en el circuito de la muestra, de una forma tan original, y si bien algunos la han calificado de absurda; para otros, la posición de los aparadores tiene un sistema matemático que habría que considerar. El espacio de la galería, se divide en dos salas, en la primera –que es de menor dimensión que la segunda- están instalados tres cuadros dispuestos uno frente a otro, de perfil a la entrada; al avanzar hacia el pasillo que une a la segunda sala, se ha dispuesto otro cuadro de escala menor en el piso, y al llegar a la segunda sala, tenemos los diez cuadros que componen las obras centrales de la muestra. 

En las artes plásticas uno podría decir que el espacio concreto donde se expone una muestra, no tiene mayor consideración que la de ser el agente impersonal que alberga las obras; el calor estético a valorar lo tiene la exposición, ya sea individual o colectiva. Pero he aquí que yo siento que se hace necesario puntualizar algo que personalmente siento trastocado aquí. Si bien es cierto, el arte contemporáneo ya ha experimentado con el espacio mismo, con la luz y las sombras, con la performance, con las dimensiones, con la tecnología y proyecciones de distinto tipo; no se había expuesto en escena –al menos no en el Perú- una dialéctica concreta entre el espacio y las obras hasta la semana pasada. El recorrido parece azaroso, por no disponer de un hilo conductor temático, sin embargo son los espacios los que hacen las preguntas y son las obras, espejos. Sería muy tedioso señalar los efectos de luz en este recorrido, pero si condicionan al espectador. Atinado Berenstein, ha señalado que la galería se ha transformado en un gran ojo, donde las salas son los dos niveles de la percepción ocular: “que los diez cuadros centrales no parezcan tener vínculo tópico, nos insta a cuestionarnos, cómo se vincula una sala con otra y luego a su vez cómo se vinculan estas con la disposición de las mismas. La matemática juega con resultados finitos e infinitos; -como en este caso- y yo he encontrado uno, 10/ 3 = 3.333….” Es tal vez el mejor acercamiento a esta dialéctica matemática y espacial. La única vinculación que hila todas las obras, es la metáfora del número tres.

Los diez cuadros de la segunda sala varían en técnica, estilo y temática; y me permito decir que respecto a la calidad pictórica, son evidentes las deficiencias técnicas en un par de ellos, por lo que se deduce, cuadros de aficionados. Sin embargo, y más allá de lo típicamente técnico, hay un relato o ensayo profético puesto en desarrollo.

El cuadro “Tres ruedas” es el centro de la sala, y todas las demás (“La espada”, “Toreros”, “Toro salvaje”, “Casa de nudos”, “Iluminaciones”, “Plaza Mayor”, “Tengo que decirte algo”, “Retrato de primavera”, “Retrato de verano”) giran en torno a su simbología. Estamos frente a muchas pistas señores; yo les extiendo la pregunta ¿Cuál es el relato de esta muestra? El arte contemporáneo en su más puro sentido; exige del espectador, la explotación en todas las direcciones de su capacidad demiúrgica -bajo ese sentido se ha desviado el arte conceptual, mas sus posibilidades puras, exigen propuestas entregadas a la traducción, al cierre con el espectador en su posibilidad más total- Porque este tipo de dialéctica nos interpela y nos clama que hagamos nuestro propio entretejido.

                                       Cuadro: Tres ruedas
 
Lima, 20 de diciembre del 2014