Uno, camina sobre un cable tendido a una altura de 1,368 pies entre las Torres Gemelas; el otro, recorre las avenidas por las madrugadas con planchas y aerosol para dejar
rastro modificando las marcas viales de Montreal para la sorpresa de los transeúntes. ¿Qué sueño une a estos dos hombres?. ¿Locura?, ¿Rebeldía? ¿Arte?. Su performance, su rastro; sin duda nos interpela de frente, como una pregunta hacia nosotros mismos, como una bella melodía de una sirena; que inevitablemente nos captura.
Philip Petit a los 24 años, en agosto de 1974, poco después de las 7:15 de
la mañana, partió de la torre sur sobre un cable de acero, cruzó ocho veces
entre las torres, un cuarto de milla sobre las aceras de Manhattan, además de
caminar se sentó sobre el cable, hizo una reverencia y, mientras se encontraba
en el cable, habló a una gaviota que volaba sobre su cabeza.
Durante los 45 minutos aproximados de su paseo, él sonreía extasiado,
incluso a los policías quienes amenazaban con capturarlo de cualquier manera. Fue
arrestado justo al bajar del cable; y la repercusión mediática y admiración del
público dio como resultado el retiro de los cargos que se le habían imputado.
Al ser preguntado por el motivo de la acrobacia, Petit diría “Cuando veo tres naranjas, hago malabares;
cuando veo dos torres, las cruzo”
Peter Gibson, comenzó sus aventuras de madrugada alrededor del 2001, con
los carriles para bicicletas. Una noche, convencido de que la sed de petróleo
estaba detrás de todas las atrocidades del mundo, decide tomar su lata de spray y sus
plantillas para llevarlos a la calle.
Peter empezaría a trabajar sobre otros diseños de plantillas, como tulipanes, tapas de lata, tijeras, en un
juego de posibilidades que nadie imaginó para las señales típicas del orden
urbano; sus intervenciones urbanas cambiaron el significado no solo de la cultura
vial, sino además destapó la controversia sobre la libertad de expresión y el
arte en las calles.
Otra noche de aventura de Roadsworth en el otoño del 2004 es detenido junto
con una orden para registrar su casa, lo que lo conecta con todos sus
anteriores 85 trabajos, convirtiéndose de la noche a la mañana en un
delincuente y en una sensación para los medios.
Uno, domador del vacío; el otro, visionario vial; ambos nos conceden una
visión de lo inusitado, de un sueño tan descabellado como inaugurar una ópera
en medio de la selva de Iquitos, y la noción
de que hasta el lugar más inaccesible pertenece a aquel que tiene el valor de
conquistarlo.