Era ilegal, pero no era malvado
9:20 a.m. Edit This 0 Comments »
Uno, camina sobre un cable tendido a una altura de 1,368 pies entre las Torres Gemelas; el otro, recorre las avenidas por las madrugadas con planchas y aerosol para dejar
rastro modificando las marcas viales de Montreal para la sorpresa de los transeúntes. ¿Qué sueño une a estos dos hombres?. ¿Locura?, ¿Rebeldía? ¿Arte?. Su performance, su rastro; sin duda nos interpela de frente, como una pregunta hacia nosotros mismos, como una bella melodía de una sirena; que inevitablemente nos captura.
Philip Petit a los 24 años, en agosto de 1974, poco después de las 7:15 de
la mañana, partió de la torre sur sobre un cable de acero, cruzó ocho veces
entre las torres, un cuarto de milla sobre las aceras de Manhattan, además de
caminar se sentó sobre el cable, hizo una reverencia y, mientras se encontraba
en el cable, habló a una gaviota que volaba sobre su cabeza.
Durante los 45 minutos aproximados de su paseo, él sonreía extasiado,
incluso a los policías quienes amenazaban con capturarlo de cualquier manera. Fue
arrestado justo al bajar del cable; y la repercusión mediática y admiración del
público dio como resultado el retiro de los cargos que se le habían imputado.
Al ser preguntado por el motivo de la acrobacia, Petit diría “Cuando veo tres naranjas, hago malabares;
cuando veo dos torres, las cruzo”
Peter empezaría a trabajar sobre otros diseños de plantillas, como tulipanes, tapas de lata, tijeras, en un
juego de posibilidades que nadie imaginó para las señales típicas del orden
urbano; sus intervenciones urbanas cambiaron el significado no solo de la cultura
vial, sino además destapó la controversia sobre la libertad de expresión y el
arte en las calles.
Otra noche de aventura de Roadsworth en el otoño del 2004 es detenido junto
con una orden para registrar su casa, lo que lo conecta con todos sus
anteriores 85 trabajos, convirtiéndose de la noche a la mañana en un
delincuente y en una sensación para los medios.
Toyota
5:33 p.m. Edit This 0 Comments »
Parece que Papá acaba de traer el auto como es costumbre los domingos a las
4, es difícil explicar la bicicleta que de pronto se echa andar dentro de cada
uno de los que nos vamos a subir; bicicletas dentro de un Toyota, para aumentar
la insensatez; somos ruedas y nos damos rienda suelta al silencio mientras
recorremos el túnel de sonidos; aquí nuestras voces quedan anuladas, acaso
porque el lenguaje ya ha sido iniciado por los insectos, somos bastante
tolerantes, esperamos que nuestros anfitriones rompan el hielo y nos comuniquen
sus dudas y somos baldes aguardando la lluvia.
He pensado que el horror puede danzar entre las mariposas, a través de la
caída rosácea del sol, ellas exhalan su último aleteo y las orugas levantan su
primer paso al suicidio aéreo. El auto recorre el fundo, ha girado alrededor de
la cerca y la tuerca que adentro se cierne, ha disipado su movimiento en
preguntas, en atrapar las palabras para detener la insoportable conversación de
todos los insectos nocturnos; nadie quiere callarse, todos hablan al mismo
tiempo y el lenguaje al que he sido sometido es cruel y es incierto. La luz no me
deja hablar, así que nos disponemos a entablillar el auto para estantes, y
cenas. Hemos descubierto que el sonido puede repartirse en los anaqueles, sin
embargo a su vez, estamos obligados a asistir a la función de estas conversaciones
perpetuas. En realidad estamos cambiando; vamos probando el suelo y de nuevo
vamos probando el suelo y de nuevo como llantas vamos probando el suelo.
Mi padre ha detenido el auto y nos ha preguntado qué lenguaje tiene esa
abeja taciturna que se empeña en hacerse notar, hemos detenido la rueda y
descrito su trayectoria, su agitar desesperado nos comunica que hemos llegado
tarde, el vals en el bosque ha iniciado sin nosotros, nuestro lenguaje estorba
y nuestra lengua ha perdido su redonda forma de hacerse entender.