Esta verdad engañó al mundo

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Aquí me tienes como un hombre buscando la verdad a la intemperie de la luz y de la sombra, ahora el espectro de mi verdad va a salpicar su esperma intergaláctico en el rabo del universo, del otro lado las múltiples cabezas expondrán sus beneficios para una sola piel, y marcharemos juntos, con mapas y vergüenzas éticas. Buscar la verdad en el mundo como un perro sin espejismos, sin retroceder ninguna palabra, ninguna cabeza; a toda velocidad había que trazar la historia del amor, la lucha de dos dioses vestidos de soberbia. Aquella turba había dicho que el amor era eso, el grito, la revolución y las reformas; y yo había dicho que aquella bestia demoledora escondería su cola otra vez un par de años luz.

Estoy aquí intentando trazar este mapa, pero la maldita naturaleza me contradice rebotándome en su mirada su natural ciclo vital, regurgitando su latido eterno, su círculo perfecto que se perpetúa en el pie de las hojas, en la morada de los finales. Y yo había dicho que aquella bestia demoledora escondería su cola otra vez un par de años luz.

Estoy aquí, porque no puedo darte nada; en el principio, en el origen de este túnel de retratos, y soy un escarabajo que sube y baja, que trata de comprender el huérfano de ti mismo, el íntimo silencio que no alcanzas a disfrazar; y esta sospecha y este tambor de amor que no tiene lápida, que se pasea entre los pasillos de un hotel, donde tú también has salido a recorrer tus piernas desnudas, donde tú también eres el festín sucio de una cabeza; pero no quiero transmitir coordenadas confusas, te voy a trazar el camino directo al agujero negro, para que seas liberado de mi cabeza tatuada. Y yo había dicho que aquella bestia demoledora escondería su cola otra vez un par de años luz.
Super-arte en el pasillo de tus ojos, es una locura, y yo había dicho que aquella bestia demoledora escondería su cola otra vez un par de años luz.

Estas palabras, enfermaron el mundo, y yo había dicho que aquella bestia demoledora escondería su cola otra vez un par de años luz.

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*Este decreto deforme, es la supernova de mi amor por ti, perdido para siempre.

Árbol de la vida

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Padre
---------  Madre

ustedes prolongan su lucha
y tiran de la soguila dentro de mi
 


 
 
 
 

*nuestra casa de nudos

Las palabras no son ÚTILES

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"El título de esta serie es “Me faltan palabras”, y esta conferencia en particular se llama “Gajes del oficio”. Debemos suponer, por lo tanto, que la conferencista pretende debatir el oficio de las palabras: el oficio del escritor. Pero hay algo incongruente, inadecuado, en aplicar el término “oficio” en lo que concierne a las palabras. El diccionario de la lengua inglesa, al cual recurrimos en los momentos de zozobra, confirma nuestras dudas. Dice que la palabra “oficio” significa artificio, astucia, engaño. Ahora bien, aunque a ciencia cierta sabemos pocas cosas sobre las palabras, no obstante sabemos estas: las palabras nunca hacen algo útil, y las palabras son las únicas que dicen la verdad y nada más que la verdad. Por lo tanto, hablar de oficio en relación con las palabras equivale a reunir dos ideas incongruentes, que en caso de aparearse solo engendrarán un monstruo digno de una vitrina en un museo. Por lo tanto, se vuelve necesario cambiar de inmediato el título de la conferencia sustituido por otro: “Un discurrir en círculo alrededor de las palabras”, quizás. Porque cuando se le corta la cabeza a una conferencia, esta se comporta como una gallina que ha sido decapitada. Empieza a correr y a dar vueltas en círculo hasta que cae muerta; al menos eso dicen los que han matado gallinas. Y ese debe ser el curso, o el círculo, de esta conferencia decapitada. Entonces, tomaremos como punto de partida el postulado de que las palabras no son útiles. Felizmente no necesita demasiada comprobación, porque todos somos conscientes de eso. Cuando viajamos en subterráneo, por ejemplo, mientras epseramos la llegada del tren en el andén, vemos un letrero iluminado, colgado delante de nosotros, que dice: “Pasando por Russel Square”. Miramos las palabras; las repetimos; tratamos de imprimir ese hecho útil en nuestras mentes; el próximo tren pasará por Russell Square. Las decimos una y otra vez mientras vamos de un extremo al otro andén. “Pasando por Russell Square, pasando por Russell Square”. Y entonces, a medida que las pronunciamos, las palabras se desordenan y cambian, y de pronto nos encontramos diciendo: “Pasando, dijo el mundo, feneciendo (…). Las hojas se marchitan y caen, los vapores arrastran su pesada carga al suelo. Llega el hombre…” Y entonces despertamos y vemos que estamos en King´s Cross".

"Consideremos otro ejemplo. Escritas frente a nosotros, en el vagón del tren subterráneo, se leen las palabras: “No asomarse por la ventana”. En una primera lectura expresan el significado útil, el sentido superficial; pero poco después, si continuamos sentados mirando las palabras, veremos que se desordenan y cambian; y empezamos a decir: “Ventanas, sí, ventanas…ventanas que se abren   la espuma de peligrosos mares, en bellas tierras lejanas y olvidadas”. Y, sin darnos cuenta de lo que hacemos, nos asomamos por la ventana; buscamos a Ruth, que llora entre el maíz extranjero. La multa correspondiente es de veinte libras o un cuello roto".

"Esto prueba, si es necesario probarlo, el escaso talento natural de las palabras para ser útiles. Si insistimos en contrariar su naturalez para que sean útiles, veremos  -a nuestra costa- cómo nos confunden, cómo nos engañan, cómo nos asestan un golpe en la cabeza. Tantas veces hemos sido engañados de esta manera por las palabras, tantas veces nos han demostrado que detestan ser útiles, que su naturaleza no es expresar un postulado único sino un millar de posibilidades…en fin, ya lo han hecho tantas veces que, por suerte, estamos empezando a asumir el hecho. Estamos empezando a inventar otro lenguaje; un lenguaje que se adapta bellamente y a la perfección a expresar postulados útiles: un lenguaje de signos. Hay un gran maestro de este lenguaje, todavía vivo, con quien todos nosotros estamos en deuda; el escritor anónimo –nadie sabe si es un hombre , una mujer o un espíritu desencarnado- que describe los hoteles en la Guía Michelin. Quiere decirnos que un hotel es de mediana calidad. ¿Cómo lo hace? No lo hace con palabras; las palabras inmediatamente evocarían arbustos y mesas de billar, hombres y mujeres, la salida de la luna y el horizonte interminable del mar en verano… todas esa cosas son buenas, pero están totalmente fuera de lugar  aquí. En cambio, se atiene a los signos: un gablete, dos gabletes, tres gabletes. Es todo lo que dice y todo lo que necesita decir. Baedeker lleva todavía más allá el lenguaje de los signos, hacia los sublimes reinos del arte. Cuando desea decir que una pintura es buena, usa una estrella; si es muy buena dos estrellas; si, a su leal entender, la pintura es obra de un genio trascendente, tres estrellas negras iluminan la página. Y esos todo. Así, con un puñado de estrellas y dagas toda la crítica de arte, toda crítica literaria podría reducirse al tamaño de una moneda de seis peniques, y hay momentos en que, por cierto, deseariamos que así fuera. Pero todo esto sugiere que en el futuro los escritores tendrán los lenguajes a su servicio; uno para los hechos, otro para la ficción. Cuando el biógrafo deba expresar un hecho útil y necesario –por ejemplo, que Oliver Smith fue a la universidad y se recibió en 1892 con bajas calificaciones-, lo expresará con un cero sobre el número cinco. Cuando el novelista se vea obligado a informarnos que John tocó el timbre y que, después de una pausa, una sirvienta abrió la puerta y dijo: “La señora Jones no está en casa”, para nuestro enorme beneficio y su propia comodidad, no tendrá que expresar ese enunciado repulsivo con palabras sino mediante signos: por ejemplo, con una H mayúscula sobre la figura tres. Por lo tanto, llegará un día que nuestras biografías y novelas serán delgadas y musculosas, y en que la empresa de subterráneos que anuncie “No asomarse por la ventana” con palabras será penada con una multa no superior a cinco libras por uso inadecuado del lenguaje".
"Las palabras, entonces, no son útiles. Ahora nos abocaremos a su otra cualidad positiva; es decir, su poder de decir la verdad. Una vez más, de acuerdo con el diccionario hay por lo menos tres clases de verdades: la verdad de Dios o de los evangelios, la verdad literaria y la verdad común y corriente (casi siempre poco halagadora). Pero considerar a cada una por separado nos llevaría demasiado tiempo. Entonces simplifiquemos la cuestión y afirmemos que, dado que la única prueba de verdad es la duración de la vida, y dado que las palabras sobreviven a las vueltas y los cambios del tiempo mucho más que cualquier otra sustancia, son por lo tanto las más verdaderas. Los edificios se derrumban; hasta la tierre perece. Lo que ayer era un campo de maiz hoy es una cabaña. Pero las palabras, si se las utiliza apropiadamente, pueden vivir para siempre. A continuación podriamos preguntar: ¿cuál es, entonces, el uso apropiado de las palabras?"


*Gajes del oficio transmitido por radio el 20 de abril de 1927, por Virginia Woolf.