Descalzo
a las 2 de la mañana en el Jirón Cailloma; es una noche tranquila, eso me dice
el taxista 15 minutos después de mi paso por ese jirón, él me dice que tuve suerte;
supongo que hay que tener suerte para quedar solo descalzo y un poco sucio.
Estoy realmente desconcertado, aún estoy un poco ebrio, así que le pido que
prenda la radio, él pone Chacalón y dejamos de hablar de los robos. Viento vuelve a ser como ayer…
Me
percato que acabo de agregar un moretón más a mi pierna, el primero me lo hice
con la esquina de mi cama; el segundo, el más atractivo, luce como un agujero
negro que se ramifica en forma de araña. Mi abuela solía decirme, que ellas
traían la primicia de que se originarían grandes cambios; allá en Puno donde
vivía mi abuela, era mal visto matar una araña; hasta ese momento mi pierna
lucía como un mal presagio; pero ¿a quién le gustan los cambios? supongo que a
la familia de mi abuela parecía no importarles dejar que el cambio a través de
una araña se diera paso en medio de la cocina.
Llegué
al cuarto, y me eché a la cama; no había meditado si tomar el viaje que Luis me
propuso; no quería saber nada de la gente, me sentía traicionado y por lo tanto
bastante estúpido. Me levanté inquieto inmediatamente, tenía que hacer algo, al
menos para pasar los días mientras todo se resolvía, qué carajos podía hacer
yo, lo había intentado todo; Luis no sabía en qué se había metido cuando me
invitó a su viaje, le aseguré con tanta efusividad que no le fallaría que me
había comprado el pasaje por adelantado -De
una vez allá, no te preocupes por nada, olvídate de todo- me había dicho
unos días antes de la gran fiesta de despedida donde todo se vino abajo.
Era
viernes, mi habitación parecía más estrecha que otras veces, era la quinta
noche que no podía dormir, mis pensamientos se arremolinaban uno con otro y
podía sentir como una sensación de avalancha subía por mi espalda, haciéndome
caer, haciéndome gastar mi último intento por hacer algo al menos bien, dormir.
A
las 5am, tomé el celular y llamé a Luis -¿A
qué hora viajamos?- le dije, él estaba muy animado, dijo que tenía todos
los permisos listos, que solo tenía que llegar a la agencia de Luna Pizarro a
las 8am; casi al final de nuestro corto acuerdo, se quedó en silencio, pensé
que diría algo más, entonces comprendí que no creía ni una palabra de lo que le
estaba diciendo -Hombre, tengo todo
listo, te veo a las 7:30- sé que quiso creerme, así que solo atinó a reírse
y nos despedimos.
Ya
en el bus, recordé que también existe otra imagen sobre las arañas, la de la
viuda negra. En la sierra hay unas arañas que son negras, grandes y peludas;
luego de haberlo hecho con el macho lo mata, pues han logrado ya su objetivo
así que buscan a otro y luego hacen lo mismo y así sucesivamente; me imaginé el
tejido tenue de una viuda negra, esperando, aguardando por el macho, con esos
ojos; yo ya lo sabía, pero traté de serenarme cuando lo vi entrar con su
pareja.
Hace
dos días en la capital, me había ausentado del trabajo, mi insomnio agudo había
terminado por deteriorar mi desempeño en el colegio, no tenía la menor idea de
lo que estaba haciendo, confundía los temas, los grados, y hasta las autores,
lo que es lo más imperdonable. Mi trabajo no me enorgullecía mucho, era uno que
pagaba bien y me mantenía a flote, o eso decían a menudo algunos colegas, de
alguna forma yo había copiado sus dogmas, caí en cuenta de ello los dos últimos
años; pero comprendí que no se trataba de pagar la renta o tener la familia, en
realidad todos estaban mintiendo, había algo que no funcionaba bien, yo siempre
lo supe; pero como provinciano lo primero que haces es aceptar el dogma limeño
y callarte.
Cuando
el bus llegó a Mazamari, la burbuja del clima caliente me arrasó en un segundo,
no estaba acostumbrado a un clima tan tropical, toda mi vida había vivido en la
sierra y no hace más de 5 años en Lima, de alguna forma estar ahí me hacía
sentir nuevamente un extranjero. El plan de Luis era simple, él me había dicho
que tenía que hacer un recorrido por las comunidades del Rio Ene, cosas del
trabajo me dijo; pero su interés prioritario y para el cual yo me había
prestado, era ir a conocer una catarata en la zona del VRAEM.
Mientras
íbamos en el auto al puerto, me percaté que mi pierna había pasado de negra a
azul, la araña era más bien una constelación completa; de una vez en Puerto
Ocopa, me percaté de una voz, que estaba seguro haber oído en otra parte, pero
en realidad no encontré a ese hombre conocido, solo a los lugareños que
caminaban de casa a casa como si todas las casas fueran un juego de puertas que
se cierran y se abren. Bajamos con las mochilas, Luis me indicó a cual bote
subir y eso fue todo.
Mi
padre, cuando era adolescente me había contado una historia sobre los mundá,
una tribu aborigen primitiva de Chota Nagpur, según ellos el dios Sol, que se
llamaba Singbonga, empezó por hacer dos figuras de arcilla, una que
representase al hombre y la otra a la mujer. Pero antes de que pudiera
otorgarles vida, el caballo, temeroso de lo que tendría que sufrir más tarde a
sus manos, las aplastó con los cascos. En aquel tiempo el caballo tenía alas y
podía moverse con mucha más rapidez que en la actualidad. Cuando el dios sol
halló que el caballo había destrozado las dos figuras de barro, creó primero
una araña y luego formó otras figuras semejantes a las destruidas. Acto seguido
ordenó a la araña que las guardase de los ataques del caballo, con lo cual el
insecto tejió su tela alrededor de ellas de tal modo que el caballo no pudiese
volver a romperlas. Y entonces el dios les infundió la vida, y fueron así los
primeros seres humanos.
No
se si por estos lugares se pasean, brujos, terrucos o si algún delirio es
necesario para surcar este rio. El nativo de Cutivireni, me ha llamado dos
veces, antes de que yo pudiese responderle, me ha dicho que estamos a punto de
llegar a la comunidad; tengo que reconocer que no sé por qué he emprendido este
viaje; no le respondo, él entiende lo que yo no.
Cuando
tomé el bote –cinco horas antes de llegar a la comunidad- las piedras al borde
del rio Ene, estaban heladas bajo mis pies; me había quitado las sandalias
llenas de barro y me había lavado los pies; sentí el frio del agua, y me sentí
como un niño al que se le es llevado a lavarse la cara, y mientras pensaba y
mientras me frotaba la cara y la cabeza con el agua de rio, recordé la frase
magna de mi padre Un hombre necesita
saber una sola cosa para que toda una vida tenga sentido, y es saber que lo ha
logrado, entonces me tomé otra vez la cabeza y reconfiguré el asta que él
había levantado para mí, él no es más que un sucio pervertido desde aquella
fiesta; y yo no puedo lograr dormir aunque sea una sola noche; solo eso y habré
logrado algo.
Tomé
otra vez mi pierna y al presionarla, empecé a sentir por primera vez dolor,
Luis me dice que no me preocupe que debemos seguir. Bajamos las mochilas, y
empezamos a caminar. Éramos nosotros tres y el inmenso bosque, y el inmenso
rio; había en cada uno de nosotros una dimensión paralela, como si cada uno
contuviera su ausencia casi al ras del otro, esto nos permitía andar juntos y
darnos indicaciones, pero nuestros actos estaban delimitados por una especie de
sombra mayor, no éramos nosotros mismos, al menos yo había olvidado mis
motivos, Luis estaba maravillado con el trekking y Luyo el nativo, avanzaba por
nuestro delante, cortando ramas y hojas con el machete. Nunca había estado en
la selva, y ahora estaba aquí en medio de altos árboles, plantas inéditas y
sonidos totalizantes. Desde que arribé a esta tierra, noté con agrado que todo
acto es igual a un sonido, o que todo acto tiene como telón de fondo un sonido
y viceversa. Caminar así entre arbustos incontrastables, caminar de derecha a
izquierda o de izquierda a derecha y sentir que todo sitio se parece a
cualquier otro sitio, caminar con el sol cayendo sobre tus ojos, aplastando o
esquivando las hormigas dependiendo de su color, seguir caminando como perdido,
como si Luyo guardara nuestra fe, caminar por este húmedo margen por primera
vez y sentirte un animal extranjero, pero no uno equívoco.
Empiezo
a oír esa voz mayor, aquel sonido aplastante de nuestro destino; un hombre solo
puede quedarse en silencio frente a esta dama de agua. Luego de una hora de
caminata, la vemos por fin, una caída de 62 metros y un ancho de 70 metros; lo
entiendo por fin, todo tiene que caer, el agua nos lo ha dicho, todo tiene que
caer.
Y yo había dicho que
aquella bestia demoledora escondería su cola otra vez un par de años luz.