Medio día contigo

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A ímpetu nato, te dibujo la cóncava animidad de mis labios; que se nos convida a dádiva, así de fortuita forma; bajo estas lenguas, sobre nuestras gargantas sosteniendo el aliento a verbo, repicando la pasión de nuestras letras, de nuestras bocas, de quien sabe algunas mentiras fragmentas, que son solo una excusa. Las estalactitas del habla caen con vigor, a fuerza sin aviso y sin retorno, renacen diosas perpetuas bajo estas nuestras manos; para darnos una mejor fiesta, para esta calle, en esta hora tan melódicamente debilitada por puras fraserías de jerigonza, de puro configurado neovanguardista sin el perfume inmorte de los versos, de aquellos versos que se surcan tres mil vidas y se prosternan, se yacen exultantes y/o silentes bajo la sangre, transmutándose a la siguiente vida, a la generación contigua, a tu boca, a la mía, a toda la historia. Este rayo, este calambre mental, que hila nuestras pupilas, no es la estela que se esparce artifícea y se tiñe en la oscura noche; no, no. Es este fragor de mediodía, el que empaña cómplice, el miriñaque genético de este siglo; para maridar nuestra formula que espabila; y tan candorosa nuestra conciencia, se encandila, se adormece cual doncella y nos deja hacer lo que nos da la gana. Nosotros no le husmeamos a la estiba de esta pieza temporal, yo te cruzo una pierna a la vuelta del oído y me sostengo del crujido amanso de la sílaba que asoma hacia tu comisura, y así tan preciso tu brazo envuelve el bramido de este cuello, que le hace eco a mi silencio y te invita puntual una gota de ambrosía, que supo a miel en otros días; no es un día frecuente, es un año universal que se despierta , que estira sus largas piernas fusionando la combustión de esta hora sin categoría; y a la libido se a vista, le pisa la huella; se le adjunta y a la sombra literaria se nos enquista briosa, en la concreción calcárea de estos prostitutos morfemas, que no nos hacen juicio, así que le damos vuelta; los entretenemos con el néctar anís de un vaso cualquiera y los hacemos arder, y al fin entiendo por qué a esta doceava hora, me arden tanto las mejillas y la espalda; es esta hoguera, este mediodía se nos lleva, nos liberta. Es el muro de concreto frontal el que batalla, el que se desliza para ofrecernos a la cara el reedite de nuestro idioma; lo intenta cual cáscara materna en tiempo de serpentino a luz. Pero ese soplo fantasma cae, se cuaja y muta; nos seduce a engullir la letra, nuestra jerga corpórea, que se hace suya entre misma ella, se inmiscuye, se dislexa y se nos entrega en un furtivo espiar de soslayo, o en la afrenta solemne de nuestras retinas. Yo me pregunto bajo el barullo de la distractora cialorrea presente, sobre la introducción de los verbos, me cuestiono, por qué le debo una palabra a esta mano, a esta boca persecutora, por qué se le tarja a nuestro lenguaje con tan buena dicción, si yo solo quiero vibrar recalcitrante al zumbar de esta tarde; con una botella dulcía y otra formal dehida que nos va licuar esta tarde tan perfecta, tan eterna.
Existe un toque, un quinto toque perenne, que se envuelve en la gravedad de este madrugado parque, que se sucede a imagen de mi clarividencia, ¿Te lo debo? o ya ¿Te lo di? Porfiado tengo el cánulo de la memoria; yo solo me inserto y me siento sobre esta oración contigo, para intentar llevarme todas las palabras, sobre todo las que flotan distraídas, para trastornar el taimado ritmo del silencio, el que nos silba sinvergüenza desde hueso. Pero las palabras ruedan, resbalan, se empujan y toman lugar en esta banca, hacen juego de nosotros y nosotros solo le damos sitio.

A: John Martínez

11:22 a.m. Edit This 1 Comment »

No vuelvo, y déjame que te cuente algo más.
Aquí en el paraiso no se pronuncia ningún verbo, aquí la boca se hace inútil con los pasos que ya no existen. Aquí me peso en 50 años y mis 19 pasos son un desvio distraído.

ESTA, ESTÁ FUERA DE SERVICIO

Mar-Cas

8:41 a.m. Edit This 0 Comments »

Tengo moradas como Gianfranco, de residuo marfil óseo, resultado de la querencia adolescente sin respiro; aparecida del choque de mi tormenta y de la suya, ante el suave toque de la corriente fría. Y yo le admiro, le admiro tanto, que le marco paso y tropiezo el mío.

Tengo azules como Christiam, tan latente como el rugido de la lava y tan amalgama plena que le quiebra todo, le lame con cariño a mi locura, y la doma sin el verbo.
Tengo verdes como Luis, tan cosquilla, tan glucosa, pero tan poca que le agoto, le pierdo el rastro. No se despide, se demora y se deleita….y yo le pienso.


Calibro la proporción de las 3 marcas, lucen bellas a pintura sobre mis muslos.
Receta para el vértigo:
En la melancolía, gozar de ellas sin quejarse, alzando una pluma a salud ¡Salud¡ de mis tres marcas.

A: Gianfranco Álava de Pinho

C18

1:16 a.m. Edit This 0 Comments »
Dicen que por las noches Valeria solía escapar de su encierro en cuarto, a las tres de la madrugada para únicamente lavarse las manos. Era un modo de compulsión silente, que servía de compañía a su frágil y pálida expresión facial, al soltarse en llanto airado; para luego taparse la boca e incrustar cual fiera sus nobles dientes blancos sobre su labio inferior, tan marco y sonrojado por su angustia; y ella tan sola de par en par sobre sus calzas azules de felpa. Ella gemía su desregular respiro atropellado; cargando, bombeándole oxígeno a su canto líquido, a su tristeza silenciada; y bien se remecía en la locura con su llanto, enjuagando autómata sus delicadísimos dedos café. A oscuras, bajo el techo de su pesar; esta peculiar actividad nocturna, la llevaba a acariciarse la única parte de su dermis que se permitía cuidar con tanto esmero y prolija fiscalización a diario; tan íntima, tan lejana del escrutinio vespertino en casa. Uno a uno arrullaba los nudos de sus cohibidas y livianas manos. Cómo se descomponía una a una, en cada enjuague ella; y concluía en piezas por el lavabo, toda su juventud en coma.

/Hay, Syren mía, tan mía; cómo desempozas la azuleza líquida, que aun nos queda de aquellos días tan tuyos/

Vivía en una casa amplia, ingente para mis haberes visuales; que hoy todavía permanece en pie, a pesar de su desolada existencia presente.
En los días de Valeria…Pablo, su padre; llegaba a las ocho de la noche tan puntual como su reloj dorado. Marcia, su madre; a las siete ya tenía lista la cena, y Thomas a la misma hora, se estaba degollando seres mutantes con el playstation.

- ¿Qué de bueno hubo hoy en casa? -decía su padre-
- Lo de bueno de siempre papá, gané dos partidas más…qué tal ¡¡¡ –tan espontáneo; el hermano menor, aludía toda conversación a sus actividades individuales-
- Tom, ya deja de pasarte las 24 horas del día encerrado con ese juguete, digo juego; o como se llame esa cosa que te ha regalado tu padre, ya tienes que pensar en tus tareas del colegio…ya no estás de vacaciones.
- Ya Marcia, deja al niño que se entretenga con el juego un rato.
- Cual rato, si se la pasa todo el día metido en el cuarto gritando como animalito y celebrando cada uno de sus avances de esa actividad que nada bueno le va traer.
- Hay, ya déjalo comer, luego hablamos.
- Sí, Pablo; déjalo para luego todo, es lo único que sabes decir tan preciso y oportuno.
- Ah, entonces quieres arruinar la cena de nuevo como te encanta hacer últimamente.
- Ya, ya, ya, ya; se terminó; coman y tráguense sus cosas; yo no opinaré nada más al respecto.
- Mamá, cálmate, hay que comer en paz al menos hoy –lo intentaba Valeria con su madre-

Cada uno se aferraba a su plato con vista y diente, y ninguna palabra más saltaba de la boca de ninguno, ni por casualidad. Entre espacios y segundos, se espiaban la atención visual; pero, nadie llegaba a ceder. Era casi una costumbre familiar de los Umbría.

Marcia, en días como este; se ocupaba de los trastos sucios de la cena con un afán especial; quitaba los residuales alimentos en orden y categoría. Los huesos y/o carnes los envolvía en papel periódico, el arroz en una bolsa blanca y las servilletas usadas en la parte inferior de la bolsa mayor donde irían todas las pequeñas bolsas de restos de la cena. Los platos se lavaban primero, los vasos de cristal luego, y finalmente los últimos trastes o utensilios usados para dicha comida. Aun con todo limpio; Marcia, volvía a limpiar la cocina; reordenaba la refrigeradora y doblaba cada uno de los secadores con delicada precisión para dejarlos luego sobre la mesa de la cocina misma.

Thomas, se iba directo a la ducha; se deshacía de todo el sudor y culpa en la bañera; gota a gota, con su mano evidente de pubertad, se hacía lejos. Al salir de tan refrescante baño, reordenaba su escritorio con letanía, echaba las ropas usadas al tacho correspondiente y dejaba tan quieto y ordenado el cuarto, que ni él mismo se lo creía, y echaba una carcajada tan estridente, para luego lanzarse sobre su cama recién tendida por él mismo, hasta quedarse mudo en blanco, hasta apagar la motricidad de sus párpados y viajar al sueño.

Don Pablo, revisaba cada habitación ajena a los suyos, con el dedo índice; escudriñando alguna huella equivocada, alguna suciedad escandalosa; hasta quedar convencido que no tenía caso continuar con ello. Resignado con la mano en el bolsillo, se dirigía hacia la biblioteca llevando consigo un vaso helado de whisky, para terminar estirando la columna en el sillón junto a la ventana, tan calmo y fuera de sí. Pensando en cuan bien cuidados y pulcros conservaba sus libros reliquia, en casa.



Las ventanas diáfanas como el agua, no interrumpían ninguna imagen del exterior; el piso de parquet brillaba como recién barnizado a color miel. Si alguna impureza de materia existía en esa casa, los ojos de aseo no serían capaz de notarla.
Y la casa tan monumental, tan llena de claveles y rosales en sus jardines circulares; lucía tan diáfana, tan limpia de desorden y ajena de cualquier mugre indigna. En días como ellos, ninguna casa podría lucir tan falta de algún vendaval, tan en su lugar…Muy limpia, tal vez.

/Permíteme Syren, ensuciarla ahora, gritar en tu nombre alguna porquería sobre este piso a esta pura mierda. ¡¡Qué van a saber estas paredes de amores¡¡¡ valen más de un millón, pero ¡Qué van a saber de ti¡ No se ultrajó para tí ni en su rincón...para alcanzarte alguna novedad a las tres de la madrugada.
No llores, aun en tu inmortalidad, no llores más/


A: Alice M.O.U.

C17

5:50 p.m. Edit This 0 Comments »


YO: "Involucrarse"

S.YO: ¿Qué es lo que pasa por tu mente?

ELLO: Pienso en la escena, siento la puerta abierta y el miedo que eso me genera. No me cubro el cuerpo, bajo desesperada por la escalera y descubro con espanto la escena siniestra. Veo cachorros pequeños de color negro, todos regados a montones por sobre todo el jardín y el patio, algunos chillan desangrados por el pasto y otros duermen tan calmos entre la sangre del vecino. La mayoría yace muerto, están despedazados o desgarrados por alguna mandíbula carnívora. Me aterro, me percato que está abierta la puerta que da a la calle; corro pisando los cuerpos y la sangre se escurre entre mis dedos, alcanzo rápido y cierro la puerta.
Regreso con el mismo terror y letargo en shock hacia la sala principal, donde encuentro todo el sitio vacío, se lo han robado todo, y él se yergue impávido en el centro, sin explicarse la razón de lo ocurrido. Está desnudo también y yo le culpo.

S.YO: ¿Por qué lo culpas?

ELLO: Es difícil, no quisiera decirlo

S.YO: Entonces…

ELLO: Entonces, no hay historia, fue solo un sueño; y yo no debí abrir la puerta.

S.YO: ¿A quién?

ELLO: No hay un quien, ni un alguien, solo no debí abrir la puerta.

S.YO: ¿Tienes miedo?

ELLO: Claro que tengo miedo, tengo pavor y terror, se me eriza la piel y no puedo pensar, solo siento el horror. Aun cierro los ojos y descubro la puerta abierta.

S.YO: ¿Puedo ayudarte?

ELLO: Sí, cierra la puerta por favor y asegúrate, que nadie vuelva a entrar.

C16

4:18 p.m. Edit This 0 Comments »
Se acercaban mis 16 cuando mi abuelo me propuso el viaje; “el viaje de mis sueños” me dijo él tan solemne; y yo le dije, no gracias abue, yo ya tengo mis planes.
A la semana, nos embarcamos en el viaje; mi madre había decidido que ya era hora que aprendiera a ser más independiente, y tendría que conocer otros espacios. Me vendió a mi abuelo, así lo sentí en ese momento. No quería conocer una casa nueva, ni ocuparme de mis quehaceres personales sola, y menos tan lejos de mis amigos y las reuniones sociales; pero no tuve opción alguna y me enrumbe en dicho viaje, tal cual mascota con su amo.
Mis abuelos eran dueños de muchos terrenos por todos lados, en algunos casos por herencia y en otros por adquisición propia. Nuestro destino final era el “Fundo Panez”, llamado así por las gentes de allí, que viendo en mi abuelo una persona tan solidaria y caritativa para con ellos, siempre le decían que el pan que les invitaba era lo mejor de la región, y así de tanto hablar del pan del abuelo Guillermo, lo bautizaron como el señor Panez, y posteriormente el Fundo también; como el Fundo Panez, ya que así lo conocían mejor.
Al llegar a la selva, jamás creí que me quedaría tanto tiempo; no por ser un lugar desagradable, sino por los planes tan diversos que tenía para mi vida en ese momento. El fundo contaba con doce hectáreas de naranjo y dos hectáreas de piña dulce. La casa cuando la vi por primera vez, lucía tan vieja para mí, que creía se iba a derrumbar en cualquiera instante, incluso temía por las noches quedarme dormida y que en la madrugada pudiese caerse todo abajo; mi miedo era infundado por supuesto, pero yo no sabía de casas de madera viejas en ese tiempo, solo sabía de los suburbios y de criados. Tenía solo dos pisos, pero bastante amplios, con habitaciones de ventana hasta el piso con vista al hermoso verdor que nos rodeaba como una soga en un nudo. Siempre admiré las distancias de sábanas de verdor que jamás había visto, y los árboles más frondosos que pudiera haber conocido ante mí; pero con el tiempo todo eso empezó a ahogarme. Toda la inmensidad de belleza que rodeaba la casa me estrangulaba el pensamiento, me hacía dar vueltas por la casa y a abrir todas las ventanas. Cada día se iba haciendo más pesado que el otro, como si algo más importante tuviese que estar haciendo en otro lado, aunque no supiese con certeza que era eso. Yo no quería estar ahí, ya habían pasado más de cinco meses y ya era suficiente.
Una tarde le pregunté al abuelo por qué mi madre no venía por mí como lo había prometido, por qué había sido tan mentirosa y cual era el interés de ambos por retenerme en esta casa. El abuelo se quedó en silencio y se volteó para empezar a soltarse en llanto. No lo entendía, tal vez había sido ruda con mis términos y le había clavado un pesar a mi abuelo, pero también sabía que había algo más, y tuve miedo de preguntar, así que me fui corriendo hacia el campo sin rumbo, escapando de la respuesta del abuelo. No especificaré por qué me quedé más tiempo, pero era el único lugar del mundo donde podía vivir desde ese suceso.


Tiempo después; me casé, tuve dos hijos y le encontré un sentido a la vida por un tiempo, pero no me bastó, esa no era yo.
Recuerdo que cuando tenía 16 y recién había llegado a esa casa, Rayda la ayudante del abuelo; me seguía para todo lado, decía que tenía que cuidarme y enseñarme todo lo que necesitaba saber. Es entonces que a ella le preguntaba yo todo, todo lo que no sabía e incluso lo que sabía no me respondería.
Un buen día ella me trajo un ave muy peculiar, era una avecita pequeña de plumaje negro azabache con una cresta sobre la cabeza como de un gallo de color rojo puro, era un ave hermosa y Rayda no le sabía su nombre; estaba herida, y la había traído para que la cure y la alimente, en ves que sufra a la intemperie en algún lugar fuera, y fuese devorada por algún roedor o serpiente.
Me encariñé con ese ave, era hermosa y exótica, nunca había visto nada igual, no era delicada como las otras avecillas que yo había visto, era más bien de una presencia mas humana y masculina. Todas las mañanas me levantaba para saludarla en la sala, como si fuese mi amiga. A la semana se recuperó y ya volaba de una esquina a otra en la jaula que había inventado uno de los trabajadores de mi abuelo.
Rayda me decía que era una crueldad que no quisiésemos dejarla ir, que un ave así, tenia que volar lejos y no quedarse como un florero en casa; comprendí su argumento, pero me negué; Vitta era mi amiga ahora (aunque no supiese bien su genero); no podía dejarla ir, era mía. Desde ese día, sentí vergüenza con Rayda, sabía en el fondo que tenia razón, no podía retener más tiempo a un ser silvestre así por tanto tiempo, sería matarla en vida; así que decidí soltarla y fui a la sala del segundo piso para abrir el candado que el abuelo le había puesto, pero la llave no era la misma, así que tuve que rendirme. A los días le pregunté al abuelo donde estaba dicha llave y me respondió molesto que yo no podía liberarla, ya que ahora tenía otro dueño y seria vendida. Me entristecí por ello, renegué con todos ese día, y deje de comer un día por pasarla llorando.

Yo tampoco tuve libertad y me pasé muchos años viviendo de lo mismo. Nos habíamos mudado con Rafael mi marido, a la ciudad; para vivir en una mejor calidad de vida, como él solía decir. Vivíamos en un departamento, que íbamos pagando año a año, con nuestros sueldos ajustados.
Con el tiempo me acostumbré a esa vida, pero vivía reprimiendo hasta mis pensamientos, y me daba asco, como se le tiene asco al cuerpo putrefacto después de haber dejado este mundo.
Así, un día común, lo planee todo, y decidí cambiar todo esto.

(…)

Tendría que haber bajado por la escalera con más silencio, sin el apuro que me atropellaba el buen juicio, pero ya no podía cavilar con sosiego, me temblaban las piernas del nervio, de la sola idea rondando mi cabeza: Tendría que dejarlos, tenía que irme.

Había despertado casi de sobresalto, como si un sueño perturbador me hubiese traído el anuncio del escape, no podía recordarlo y en sí tampoco intentaría recrearlo. Despegué los ojos del techo y fui limpiando mis ojos del letargo y me percaté de Leonard, bajo mi brazo. Estaba él, enrollado hacia mi cuerpo, con el gesto fruncido y el cuerpo reprimido. Le di un beso en la mejilla, como los que solía darle por las mañanas a los cinco años. Ahora ya no era un niño, pero aun se asía a mí como a sus cinco. Despojé mis brazos de su cuerpo, me retiré en silencio de su espacio y lo observé por un momento y pensé: Que pensará de mí, cuando tenga veinticinco.
No había más que pensar al respecto, ya lo había decidido hace muchos años; mi vida tendría que seguir su rumbo, al menos el que yo había soñado.
Retiré de la cama los zapatos de Leonard, guardé las fotos que había dejado tiradas por el piso, me puse los botines que hacía diez años no me había puesto, y recién luego busqué ponerme un saco sobre las ropas. Enseguida comenzó el nervio a apoderarse de mi cuerpo, ya no me movía con silencio sino con una torpeza inoportuna que hacia chistar el piso. Fui al cuarto de Danielle y ella yacía allí tan albúmina y fresca como un cielo, ella se parecía mucho más a mi madre que a mi y al pensarlo me llené de desprecio; cerré su cuarto y me dirigí de nuevo al mío, observé a Leonard tendido tan quietecito y le mandé un beso con un gesto; cerré también mi cuarto, bajé sin ritmo los escalones hasta que casi tropiezo, di un salto en el último escalón y tomé las llaves de un tirón para correr hacia el umbral de la puerta, cerré con llave y me aleje caminando remisamente, pero con el corazón exasperado por avanzar mas rápido.
Un vecino venia corriendo en mi dirección y me mandó un saludo, lo miré y solo le respondí el gesto, voltee y seguí mi trayecto; caminé, caminé hacia el paradero de buses casi seis cuadras, al llegar tomé un taxi que me llevaría al aeropuerto; y me olvidé de la vida que estaba dejando. No siento remordimiento al evocar este hecho; por qué habría de sentir arrepentimiento. Hubiese sido una madre común, habría cumplido con mis hijos de la forma más digna y habría también sido una esposa mansa y responsable, y esa persona no era yo. Por supuesto me detuve a pensar en mis hijos muchos años, y en el rencor o nostalgia que me guardarían por siempre; pero el destino de sus vidas y sus afectos no iba a decidirlo mi presencia ya en esos años. Les había dado todo, incluso les había inventado una madre, un cariño que nunca llegué a comprender del todo, y que me enseñaron también ellos. Qué más podría haberles dado, que mi vida funesta y mi depresión continua. Al quedarme hubiese sido una madre que llora encerrada en el baño, que se seca las lágrimas y dice que no está triste; que disfruta esta vida de familia y que por dentro se muere con cada cucharada de comida que ella se prepara, no; yo no quería esa vida para mis hijos. Ellos se daban ya cuenta sin la lógica aun, pero percibían que yo, no pertenecía a ese sitio, tenía que volar como el ser silvestre que siempre fui.

Era un día corriente para cualquiera, un día nublado de bullas de tráfico en Lima, de peatones surcando a tropel las pistas sin permiso, un día de lunes de trabajo y estudio, alistando alguna preocupación mañanera desde temprano y una angustia de siempre bajo el brazo, era un día corriente; sin embargo para mi, era el primer día de mi vida, donde podía crearme y ser más que madre, más que esposa, más que una simple mujer de sociedad.

Introspección

3:21 p.m. Edit This 0 Comments »













A bordo al peso de la cama
me chupo al hueso,
y me depuro entre la libido.
Con igual gana
despojo y desvisto mi vivacidad
mas resisto y tiemblo,
me enliquido titillando,
asida como un feto;
y ya en la boca me restrego la patética escena,
encrespo mi buen juicio, lo continúo a río

Voy
le sigo a la libertad del mundo
pero le soy torpe, la corrompo
surco
despotrico
y avanzo

tengo apuro,
no me contengo
en cauce.

Quiero abrir las piernas y los brazos,
dislocarme el sexo a codo,
arrasarlo todo;
entre piedras y tormentas;
por los muslos revestidos
de la hiedra hedera;
yo desfiguro mi raudal
le desbarato a añicos a sisear
bisbiseando sin pecado en suma
Sin la_mia
Sin la_mia
con la S de mi nombre
hasta término de torrente.

Y me distiendo sobre la pradera;
a puro aire,
con la gota en frente
a puro mar
sin la forma aquieta
Y soy YO
Por fin

y de cara descubro:
que mi hueso, sabe a carne.

C15

8:36 p.m. Edit This 0 Comments »
Le abrió la puerta la secretaria, y Mariella (como elegí llamarla aquí) ingresó taciturna de la mano de su bolso verde. Al verla, al llegar por fin a conocerla; me provocó una inusual inquietud. Su historia clínica transitaba sin apuro por mi juicio e intenté a la par atribuirle imágenes anodinas para no prendarme de ella. A milímetro escudriñaba, y preparaba mi mente y el ambiente, para celebrar con ella, para conocerla y fascinarme con su sapiencia, que fue tan bien descrita por mi buen amigo y colega Merckel, en su file clínico; el que me había mantenido despierto las ultimas ocho horas.
Ella era un caso desafiante, hacía quince años que no desentrañaba a piel en vivo, un caso que me despertara un interés mayor que una plácida tertulia entre colegas.
Se la percibía en control, confiada, luciendo un lustroso brillo en sus ojos, al verme esperándola en el sillón frente al suyo.

- ¿Como está doctor? Un gusto, me han hablado mucho de ud.
- Bien, gracias; ¿Qué te han comentado sobre mi?
- Bueno en realidad, yo averigüe sobre ud. y no fue difícil, pues dado su prestigio hay artículos suyos a la mano de uno, y muy buenas apreciaciones sobre su labor en el nosocomio donde trabaja. El doctor Merckel le manda muchos saludos.
- El buen colega Merckel, gracias….Mariella compartimos la medicina en la sangre ¿Cómo así te convertiste en doctora?.
- Uhhhh largo de contarle, pero supongo que aquí con ud. puedo darme ese derecho.
- Claro, sí; cuéntame.
- Siempre supe que seria doctora, siempre perseguí ese sueño desde que me tropecé con los Tomo V y VIII del Netter, el compendio de anatomía que encontré en la casa de mis abuelos paternos. Ese libro que le había pertenecido a un tío que falleció joven, fue un hito en mi vida; valía más que el oro y aun a los 10 años, yo lo sabía. A partir de ese suceso, empecé a soñar con los cuerpos diseccionados, dispuestos de par en par, para mí; sobre las mesas de la sala. Los músculos por capas torneando cada hueso, luciéndose en gradientes por nivel en cada brazo y pierna, todos extendidos, sostenidos por agujas; esperando de mi mano y así, así llegaba a excitarme (…)

Quebraba su largo cuello hacia la derecha, virando ligeramente hacia fuera de nuestro espacio, un tanto arriba. Para regodearse de su recuerdo se rozaba los labios de forma sutil con el pulgar y su mente se separaba del presente y me iba narrando su historia.
Toda ella estaba plagada de decisiones convencidas, existía muy poca flaqueza o vulnerabilidad en su haber verbal. La fragilidad que en realidad la poseía como su segunda capa, la cubría exitosamente con un tino inteligente y su postura confiada. Viraba sus largas piernas hacia mi, sin mayor reparo y con elevada fineza y argucia me jugaba la mirada y con ella el discurso.

Nos reunimos cinco veces finalmente, en las que diseccionamos su historia (y en mi adentro, la mía)

- No siento pesar doctor, no me genera pesadumbre ni mucho menos un haz de arrepentimiento, pero me provoca cierto desconcierto cuando lo analizo en tercera persona, pero eso no sucede a menudo.
- ¿Por qué desconcierto?, y no goce, como me explicabas ayer.
- El placer que me genera deshacerme de ese ser formándose en mi, es un goce infinito que me gobierna por más tiempo que un orgasmo vívido.
Sabe, cuando completo el orgasmo con cierto amante, lo deshecho casi de inmediato y me aseguro de ir conociendo al próximo.
- ¿Y luego?
- Luego me embarga una inquietud, como si algo fuese a suceder, algo inevitable.
- ¿Qué podría pasar Mariella?
- Bueno en realidad, nada agradable, pero eso sensación es muy frugal y se esfuma como le decía hace unos días.
- Y a continuación planeas el curso y fin del embarazo cierto?
- Suena tan sencillo salido de su boca y por como me habla.
- ¿Y cómo le hablo?
- Ud. es diferente, me inspira mayor confianza que los otros psiquiatras.
- Mariella, no soy tu próximo amante.
- ¿Por qué dice algo así? ¿Eso dedujo de mi expresión corporal? O de mi voz?
- ¿Por qué sonó tan sencillo de mi boca?
- Porque no sigo un ritual repetitivo para cada uno, me tomo mi tiempo. Calculo con tacto el día de mi ovulación, pacto una cita con mi amante y me procuro un doble orgasmo; lo disfruto aun más porque sé que tendrá un fin más trascendente y un goce mucho más elevado.
- Configuras el día final, tres semanas luego de la fecundación, al formarse el corazón; me decías ayer; ¿Por qué hasta ese suceso?
- Porque eliminar una célula seria insignificante y deshacerme de un feto mas completo sería demasiado demandante para la salud, ud sabe.
A la cuarta semana del embarazo, la bolsa diminuta empieza a latir y se forman las cámaras, cierto? Sigo con alegría esos días y a la quinta semana, cuando el corazón ha tomado la forma básica, cuando la cámara inferior y la superior se dividen en dos, se que debo de ir planeando el fin. Ya durante la sexta y séptima semana, que sé que los vasos sanguíneos se enrollan y se conectan, y las válvulas que aseguran el flujo ya son funcionales, es en ese tiempo del latido que yo debo actuar.
- ¿Con el último y único fin que el goce?
- Es superior a un goce, sabe; ¿Qué es acaso un corazón? El corazón latiendo es el motor de esa vida, es la razón.
Nosotros como doctores nos instruimos del organismo y sus misterios y uno de ellos es el corazón. No es más que un simple motor que hace vibrar la piel, para quienes no se instruyen de su complejidad como nosotros. Pero para mi, detener un corazón, es detener la razón de esa vida.
- ¿Cómo así detener la razón?
- Ud. sabe, el corazón es el órgano muscular más activo, se hincha y desinfla de sangre, no de aire vacío como el pulmón. Está más vivo que cualquier otro órgano, y si bien el cerebro es el del juicio; en un feto, ese encéfalo es un simple lastre que aun no cumple su función y en realidad no ha empezado a pensar siquiera; aunque las investigaciones digan puntos diversos respecto al tema. El corazón cuando ya late, es la única razón de ese cuerpo, la complejidad de su latido es quien se lleva el mérito de la propia vida.
- Y por ser tan trascendente en dicha semana, le das fin con goce.
- Exacto, porque es más que un huevo cigoto o néurula incluso, y que se apague por mi voluntad, me produce el placer más completo porque soy diosa y muerte en ese mismo instante, me regocijo al saberlo, como ningún ser humano lo ha hecho en su vida.
- ¿Porque creas vida y le das fin como un dios, cierto?
- Si, ud sabe; el fin es la razón en sí misma y yo soy plena al decidirlo en mis adentros, una, y otra y otra ves.


Abría delicadamente los ojos y sus labios se expandían invitándome en su reflejo. Su pupila, sus pupilas me enviaban el mensaje directo de sus fines, se dilataba ella y mis manos abiertas me encrucijaban en culpa.
Era ella, estaba seguro, era la Mariella de mi adolescencia, con otro nombre más bonito y con una figura más proporcionada y madura.
¿Cómo no pude advertir que era ella? ¿Qué hacía ella aquí?
Yo también había sido su amante alguna ves, ¿También habría asesinado una razón de mi, en ella? O era una vil treta de su ingenio para cautivarme.

- Doctor, ¿Ud cree que es infame esto que hago?
- ¿Qué es lo que haces?
- Esto, darle fin a un ser en mi.
- ¿Tú crees que es infame?
- Prefiero creer lo que tú me digas.